Una Situación intrascendente
Rozó sus labios contra los suyos sin querer, fue realmente un accidente, algo que nadie tiene planeado, se ruborizó como adolescente en sus mejores abriles.
Oiga
no me haga esto
no ve que si me toca
se me desgajan las lágrimas
que si me toca me muero de ganas de arrancarle la ropa
que de solo mirarle
el corazón se me arruga por dentro
y no sé realmente que siento
y los labios se me hinchan
y los ojos s seme derraman de ansias
Que solo rozarle la piel
es para mi todo un suplicio
Que me lleno de angustia
que me estremezco como hoja seca en el otoño
que se me calienta la sangre
que se me paraliza todo el cuerpo
que enmudezco de frío
Frío húmedo
que no es más que miedo
por que en el fondo sé muy bien
cuanto necesito acariciar su cuerpo
saborear el sudor de su piel
traspasar su mirada
rendirle todo mi cuerpo
Que necesito ser realmente yo
sin que me importe el mundo entero
Necesito derramar sobre ti
este huracán que se me revuelca en el pecho
Es que puedo ver en ti
aun en la sombra de tu cuerpo
tu calor en la distancia
en la sima ardiente de mi pensamiento
Necesito olvidar quien soy
y quien he sido
quemar cada uno de mis viejos vestidos
uniformes vetustos que me llenan de frío
Desnudarme del todo
sucumbir al paroxismo
de acercarme tan solo
al menor de tus besos
Y lo sintió casi como la primera vez que sus labios encontraban otros labios para hacerles compañía, su corazón palpitaba igual que en aquellos tiempos en los que todo lo referido al cuerpo ajeno ,le era ajeno. Palideció, sus manos se enfriaron de repente, se le cerró el estómago de angustia al pensar qué habría creído de sí aquella ilusión vestida de negro. Una ilusión de su inconsciente más dormido o tal vez simplemente adormecido por tanto tiempo de silencio, tanto tiempo de añorar una caricia una palabra sensual o por lo menos tierna. Ya había olvidado casi del todo, que se sentía acariciar un cuerpo joven, contagiarse del calor de una piel morena, beber del sudor del otro. Sintió también que se le escapaba por los poros, un grito que se ahogaba en el lago inmenso de sus ojos negros, un grito que le crispaba todo el cuerpo. Un grito con sabor a desconcierto.
Aquellos segundos que se volvieron siglos, le encendieron todas las ansias que llevaba por dentro. Se abandonó en sus brazos sin decir palabra. Cerró los ojos con fuerza como cuando uno quiere que algo se vuelva realidad; no quería despertar de algún sueño tras el cual todo se desvanece sin remedio. Se entregó totalmente a su deseo. Toda su piel se erizó como esponja reseca bajo la llovizna pasajera y empezó a sudar como jornalero en tiempo de cosecha. Se atrevió a mirarle a los ojos y se derramó en caricias que no había usado hacía ya mucho tiempo. Sus grandes ojos negros le atravesaron el alma a la vez que sus cuerpos se trenzaban en un largo abrazo. Sus pieles de ébano torneado brillaban en la penumbra del amanecer, bañados en el néctar de sus amores, amores de un segundo o de un siglo
¡Qué importa!
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